CUENTOS
"Un pequeño regreso a la infancia."
EL PAMPLITO

Había una vez, en el país infinito de los sueños, un pequeño pescador llamado Jacko. Jacko pescaba sobre todo en el gran lago frente a su casa. Un lago que, por la mañana, parecía un espejo.

A Jacko también le gustaban los vientos fuertes que levantaban las olas, como si el aliento del cielo las aspirara. Y una vez que retiraba sus redes, descansaba mirando el castillo al otro lado del lago. Recientemente, lo habían apodado "el castillo de la gente inaccesible".

Debe esta reputación a Rostro el hechicero y a su lobo voraz, que bloqueaban el acceso al castillo. Nadie entraba. Nadie salía.

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Cuando regresaba a casa, Jacko dividía la pesca en tres partes. Una parte para el mercado, otra para su comida, y la tercera en una mezcla con hierbas secretas.

¡La receta era perfecta! Para cualquier estómago, pequeño o grande, resistirse al pamplito era inútil. ¡Qué nombre tan extraño había elegido Jacko para su mezcla a base de pescado!

Jacko nunca comía pamplito. Lo preparaba para atrapar gaviotas.

Cuando la gaviota quedaba atrapada en la jaula, Jacko le hacía la conversación. Se convertía, por unos minutos, en una confidente forzada.

Hablaba primero de pesca, de poesía y de un poco de todo. Luego, inventaba historias sobre aquella gente inalcanzable que vivía en el castillo. Una vez terminada la charla, antes de liberar al ave, la recompensaba con un trozo de pan untado con miel.

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Pero un día, capturó una gaviota que le pareció más hostil que las demás.

Para ella, hizo una excepción y no contó más que fantasías sobre la gente del castillo. El ave arisca no le inspiraba otra cosa.

La gaviota, que se debatía ferozmente, dejó de roer los barrotes de la jaula._ Nunca Jacko tuvo una oyente más atenta._ Pero el pescador ignoró ese detalle y concluyó esa serie de cuentos liberando al ave.

Al día siguiente, la gaviota salvaje regresó. Espantando de un aletazo a las otras aves, gritaba para llamar la atención. ¡La gaviota quería facilitar su propia captura!

Jacko sonreía, porque vislumbraba el adiestramiento del animal. Así que le ofreció a la gaviota un poco de pamplito e incluso unas tostadas con miel.

Luego, inventó nuevos cuentos para la pequeña criatura audaz.

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Sin intentar huir, la gaviota permaneció atenta a las palabras de su carcelero. Aquella noche, Jacko se sentía inspirado. Inventó treinta y seis historias. Probablemente fueron demasiadas. El pequeño pescador, demasiado cansado, se fue a dormir olvidando liberar al ave.

En medio de la noche, quejas y llantos inquietaron a Jacko. Permaneció acostado, creyendo que era una pesadilla.

Al amanecer, notó que el ave seguía prisionera en la jaula. Abrió la puerta y dejó salir a la gaviota. Ella miró a Jacko sin huir. Luego, con su pico, escribió estas palabras en la arena.

– “¡Enciérrame! Quédate conmigo esta próxima noche.”

Algo sorprendido, obedeció al ave y la volvió a encerrar.

La pesca fue escasa. Pensaba demasiado en el ave que sabía escribir. Jacko regresó con un solo pez para él y la gaviota que lo esperaba.

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Jacko se preparó para pasar la noche. Encendió un fuego e inventó otras treinta y seis historias sobre esa gente inalcanzable.

– "¡Qué loco pasar la noche con un ave que sabe escribir!", comentaba de vez en cuando entre sus cuentos.

La noche apenas había caído cuando se produjo una transformación extraordinaria. La gaviota se transformó en una hermosa joven.

– "Abra la puerta de la jaula, por favor. Es demasiado estrecha y me estoy lastimando", decía con tono firme la joven, vestida con nobleza.

Él la abrió. Mil preguntas pasaron por la mente de Jacko. Demasiado deslumbrado, no encontró más que el silencio.

– "Soy Marie-Anne, y vivo en el castillo al otro lado del lago", continuó ella al salir de la estrecha celda.

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– Yo soy Jacko, y no tengo importancia si realmente vives allá.

– ¿Sin importancia? ¡Oh no! Tu talento de cuentacuentos ha puesto un bálsamo sobre mi alma triste.

Eres tan hermosa como un cielo diurno. ¿Por qué magia vuelas como gaviota?

– ¡Rostre, ese viejo hechicero! ¡Es su brujería! Rostre quería que mi padre, el rey, le ofreciera a mis dos hermanas y a mí como aprendices y como esposas. Mi padre se negó categóricamente. Entonces, Rostre nos lanzó un hechizo.

Cada mañana, nos transformamos en aves. Aves distintas entre sí. ¡Temía que compartiéramos el mismo canto! Al caer la noche, cuando recuperamos nuestros cuerpos humanos, él se transforma en un enorme lobo que nos reemplaza y nos impide salir del castillo para buscar ayuda.

Incluso como aves, la huida es imposible, pues nuestro instinto nos lleva de vuelta al castillo, a nuestro nido. – concluía Marie-Anne.

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Luego añadió, mirando los reflejos del fuego en el rostro del pescador: "Sabía que al escribir sobre la arena no intentarías venderme a un feriante".

Esta confesión, que se asemejaba un poco a sus cuentos, hizo que Jacko encontrara pronto una solución.

– "Debo acostarme para pescar bien", decía esbozando una sonrisa a Marie-Anne. "...y te invito a entrar en mi humilde morada, esperando que, como gaviota, no tengas miedo. Mi pequeña casa es la jaula más grande que tengo."

Unas horas más tarde, Jacko cantaba bajo el sol mientras subía sus primeras redes. Nunca había sido más hábil ni más afortunado. Había pescado tanto durante el día, que tuvo dificultades para llevar su barco de vuelta a la orilla.

Marie-Anne habría ayudado al pescador, pero tal como estaba previsto, las plumas habían regresado... La princesa Marie-Anne... solo volvería a ser humana por la noche.

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Traía tantos peces que preparó el pamplito directamente en la barca. Luego, dio a toda la mezcla la forma de siluetas humanas. Parecía un plato gigante de hombrecillos.

Solo le quedaba a Jacko justo el espacio suficiente para navegar. Únicamente dos bolsas bien llenas del mismo producto se encontraban a su lado.

Con la vela izada y conociendo bien el lago, avanzó sin miedo en la noche. El viento soplaba como Jacko lo había esperado. Ningún obstáculo vino a entorpecer la travesía.

Una vez amarrado no muy lejos del castillo, tomó las dos bolsas. Dio algunos pasos y luego se detuvo para sacar un poco de pamplito. Le dio forma de un pequeño hombre sentado.

Un poco más lejos, hizo lo mismo. Cada porción recibió el aspecto de un pequeño humano. Parecía una fila de duendecillos mirando las estrellas.

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– "¡Qué buenos pasteles para ayudar al castillo!" pensaba Jacko.

Cuando estuvo cerca de las murallas, se untó con pamplito. Se cubrió tanto y tan bien que el lobo, que acababa de verlo, lo encontró de repente sumamente apetitoso.

– "¡Qué bien hueles, hombrecito!" decía el lobo a Jacko. "¡Creo que voy a comerte!"

– "¿Comerme?" añadió Jacko. "Espero que me perdones a mí, a mis hermanitos y a los que están en la barca allá abajo."

El lobo, que se lanzaba, se sorprendió al ver a su presa desaparecer tan rápido._ Jacko, ágil y prevenido, corrió antes de que las garras de la bestia pudieran atraparlo.

Cuando el lobo se acercaba, siempre había un pastel irresistible de pamplito que lo hacía detenerse. Ni las gaviotas, ni los hombres, ni siquiera un lobo podían resistirse al olor y al sabor de la deliciosa trampa de Jacko.

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Cuanto más el lobo se detenía a devorar pamplito, más se alejaba Jacko. Jacko huyó y la bestia no vio más que la apetitosa comida que llenaba la barca. ¡Jacko esperó a que la trampa se cerrara!

El lobo se lo comió todo de un solo bocado.

Como Jacko lo había previsto, el lobo comió en exceso y la barca sirvió de cama para aquel con tan buen apetito. En menos de nada, el silencio de la noche fue interrumpido por fuertes ronquidos.

Aprovechando el sueño del lobo, llevó su barca hasta el centro del lago. Allí, donde era más profundo.

Tomó un pico y perforó el casco. El agua entró rápidamente en la barca. Esta se hundió velozmente, arrastrando al fondo del lago al lobo, demasiado adormecido como para luchar.

Jacko nadó hacia una luz que se acercaba. Era Marie-Anne, que remaba con esfuerzo en una pequeña embarcación.

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Ambos se apresuraron a regresar antes del amanecer. Jacko temía que, al volver a su forma de ave, Marie-Anne volara de regreso al castillo.

El sol apareció, haciendo brillar el lago e iluminando el rostro encantador de Marie-Anne, que conservaba toda su forma humana.

Sin tardar, regresaron y se dirigieron al castillo. Esta vez, Jacko remó todo el trayecto.

Y a mitad de camino, en el lugar donde se ahogó el lobo, algo sorprendente llamó su atención. Las ropas de Rostre el hechicero flotaban justo donde Jacko había hundido su barca.

Jacko, al notar unas manchas en las ropas, acercó su nariz para olerlas. Luego, comenzó a reír.

– "¿Por qué se ríe?" preguntó Marie-Anne.

– "Si durante el día tú te convertías en gaviota; por la noche, Rostre se transformaba en lobo. Y me río de orgullo, ¡porque nadie resiste a mi pamplito! ¡Ni siquiera los brujos malvados!"

Al llegar al castillo, ella volvió a ver a los miembros de su familia, que corrían por todos lados para encontrarla. Ya no eran víctimas del hechicero, ahora ahogado. Marie-Anne les presentó a Jacko y les explicó cómo él la había ayudado.

Unos días más tarde, el señor del castillo y sus allegados invitaron a todos a una gran fiesta. En el menú: una boda, delicioso pamplito, y cuentos del Príncipe Jacko sobre el castillo de la gente acogedora.

"Pierre d'Asquitaine", su humilde servidor.